Hace siete
años emergió una grave crisis financiera internacional que asustó de forma
notable a las clases dirigentes de todo el mundo. Pensaban que la más grave
crisis desde la Gran Depresión podría significar el fortalecimiento político
de la izquierda en todo el mundo; sabían, de hecho, que las políticas
necesarias para detener la hemorragia –el rescate del sistema financiero y
los recortes para la mayoría- iban a ser fuertemente contestadas por la
izquierda. Incluso Sarkozy habló de “refundar el capitalismo”, poniendo así
la venda antes que la herida. Era 2008.
Pero lo
cierto es que fue la derecha la que tomó la iniciativa. La crisis pareció
pillar desprevenida a una izquierda que en gran medida había interiorizado el
fin de la historia y que había asumido amplios postulados del sentido
común neoliberal. Por lo general, la izquierda se limitó a pedir una
vuelta a la época dorada del capitalismo. Es decir, un poco más de la vieja
receta socialdemócrata. Con la izquierda noqueada, la derecha se dedicó a rescatar
a las grandes empresas y las grandes fortunas, a inyectar billones de euros y
dólares al sistema financiero, y a recortar en las conquistas sociales y
económicas de todo el mundo desarrollado.
En nuestro
país, las movilizaciones sociales se desataron muy especialmente a partir de
2010 cuando el Gobierno del PSOE se puso en manos de la troika. Los planes de
ajuste, eufemismo que esconde un proceso constituyente dirigido por la
oligarquía, habían llegado a España y suponían de facto un cambio en el orden
social. Eso generó respuestas populares. A las huelgas generales convocadas
por los sindicatos siguieron el 15-M, las marchas por la dignidad, las
acciones de protesta del SAT, las mareas de los diferentes colores, el
movimiento Rodea el Congreso, las acciones para detener desahucios… Hasta
2013 la política en la calle reclamaba un país distinto al que parecía
cristalizar en las instituciones políticas. La crisis económica se había
convertido en crisis de régimen, y ya ninguna institución se salvaba de la
crítica de unas clases populares cada vez más politizadas y que parecían
despertar del largo letargo en el que habían estado durante la burbuja
inmobiliaria.
Las clases
dirigentes en España también reaccionaron. Trataron de redirigir la crítica
únicamente hacia las instituciones políticas y los casos de corrupción;
obviando, intencionadamente, el componente sistémico y económico de la
crisis. En el fondo consiguieron dar la vuelta a una de las grandes hazañas
del 15-M, que fue poner la crisis económica y sus actores al mismo nivel que
la crisis política (no somos mercancía en manos de políticos y banqueros,
decíamos). A partir de 2013 cada vez se hablaba menos de paro y desigualdad y
cada vez se hablaba más de corrupción y de Bárcenas. Así, lo que en 2011 fue
identificado acertadamente como una crisis sistémica, con sus banqueros
estafadores y empresarios corruptores, se fue convirtiendo, poco a poco, en
una crisis de salud política, es decir, de simples mangantes y manzanas
podridas en los partidos. La enmienda a la totalidad que hicimos en el 15-M
se reconvirtió en pocos años en una suave e inocua llamada a la regeneración
democrática que, en lo esencial, consistía en un mero recambio de
actores.
Tras cuatro
años de una durísima legislatura con Gobierno del PP en mayoría absoluta,
toca hacer balance. Y, tras comprobar que el mismo partido que ha saqueado
nuestro país como representante de la oligarquía, conviene también ser
capaces de repensar la izquierda. ¿Qué sino deberíamos hacer
cuando tras años de movilización popular y repolitización de la sociedad el
ganador de unas elecciones ha sido el partido responsable de la pérdida de
calidad de vida, y de la vida misma, de las clases populares?
En estos días
muchas voces hablan de cambio. Es normal, porque todo cambia siempre. La
cuestión es saber qué es lo que cambia y hacia dónde lo hace. Y lo cierto es
que, sin desmerecer elementos positivos, el PP ha ganado las elecciones y el
bipartidismo ha obtenido mayoría absoluta en escaños. Cambios cuantitativos,
sí; cambios cualitativos, lo dudo. Y en este nuevo contexto tenemos una
importante tarea que realizar: ser capaces de fortalecer un instrumento de
izquierdas al servicio de las clases populares. A estos efectos quisiera
aportar algunas ideas de cómo me imagino yo esa izquierda, de cómo imagino
ese instrumento.
Nosotros
hemos vivido una campaña muy hermosa y que era al mismo tiempo muy
complicada. Excluidos de los grandes debates e invisibilizados en gran
medida, hemos conseguido ganar la confianza de casi un millón de votantes.
Aunque con resultados malos en escaños, la experiencia ha sido fantástica
para comprobar cómo un proceso participativo real y que sumaba múltiples
diversidades podía hacer frente a tamañas adversidades. Un millón de votos,
miles de militantes y simpatizantes y extraordinarios cuadros políticos son
mimbres más que suficientes para ir a un proceso ilusionante y de esperanza.
En este
proceso, que se llevará a cabo este año, un debate colectivo, participativo y
sin miedo puede ser el inicio de algo mucho más grande para el futuro.
No sólo para fortalecer un instrumento anticapitalista, feminista y
ecologista sino sobre todo para sentar las bases de un nuevo país. En ese
sentido, imagino un instrumento:
1. Que recoja lo mejor del movimiento obrero y lo mejor de la democracia
radical que se ha expresado en los movimientos sociales durante los últimos
años. Eso supone aceptar la rica convivencia entre las experiencias más
obreristas –centradas en el conflicto capital-trabajo- y las experiencias
democratizadoras más transversales de la sociedad.
2. Que sirva para poner en marcha un proceso constituyente rupturista que
nos permita construir un nuevo país plural y democrático en el que se
preserven todas las conquistas sociales y se amplíen los derechos sociales y
democráticos, tanto en el ámbito económico como en el ámbito civil.
3. Un instrumento radical, en su sentido más etimológico: que va a la raíz
de los problemas. Así, pienso en un instrumento que interpele sobre economía,
feminismo y ecología política desde una conciencia claramente
anticapitalista.
4. Con un enfoque teórico de Economía Política que piense
en el medio y largo plazo, con las luces largas puestas, y no sólo en el
corto plazo. Lo que está en crisis en nuestro país es el régimen de
acumulación y el modelo de producción y consumo, y los parches actuales no
son soluciones reales; la próxima crisis económica no puede pillar
desprevenida a la izquierda.
5. Un instrumento que sume en torno a un proyecto político, con su programa
de transformación social, y no en torno a etiquetas preconcebidas o
determinadas liturgias. De la misma forma que no nos preguntamos por la
afiliación política cuando hemos defendido nuestros derechos en las mareas,
pienso en la necesidad de sumar a toda la gente que comparte este proyecto
político desde la pluralidad. La experiencia de Unidad Popular puede ser un
ejemplo enriquecedor.
6. Establecer un horizonte de unidad y cooperación entre fuerzas de la
ruptura democrática, reconociendo en todo momento la autonomía y la identidad
política de los diferentes actores en esa alianza. Admitir
ese horizonte como el único posible para la transformación social de nuestro
país.
7. Poner en valor la palabra reconocimiento. Para reconocer
otras identidades nacionales y para reconocer a otros actores políticos con
los que poder colaborar y cooperar desde puntos en común; renunciando de ese
modo a la uniformidad como estrategia política.
8. Con una organización ágil y flexible, menos burocrática y más
democrática. Que disponga de mecanismos efectivos de democracia radical en lo
interno, como los revocatorios, para permitir desplegar sin distorsiones la
voluntad de los militantes y simpatizantes. Abandonar la idea de un liderazgo
individual fuerte y prácticamente omnipotente.
9. Con una organización que despliegue su actividad tanto en la calle como
en las instituciones, y que comprenda que la transformación social no es
únicamente una cuestión de números en los parlamentos sino que conlleva un
cambio material y cultural que se produce en los conflictos políticos no
institucionalizados.
10. Con una organización cuya cultura política ancle en los valores de la
Ilustración, a fin de construir un verdadero Estado de Derecho que proteja y
haga cumplir los derechos humanos. Huir de toda tentación de “manejar a las
masas” a través de estrategias populistas que ponen la relación entre
dirigentes y ciudadanos al mismo nivel que la que tiene un alfarero con el
barro. No se trata de pastorear a las masas; en todo caso de empoderar a la
gente a través de la participación y la formación política.
11.
Recuperar el papel clave y
esencial de la formación intelectual, como medio de contrarrestar el
pensamiento único y como única forma posible de alcanzar una hegemonía
política en la sociedad.
Pienso en este 2016 como un año de
oportunidad, y voy a dedicar todas mis energías como siempre hemos hecho.
Porque venimos desde muy lejos, pero además queremos ir mucho más lejos.
¡Salud y República!
Alberto Garzón.
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